Púlpitos


A ambos lados del rotundo y centralizador espacio renacentista de la capilla mayor siloesca, los dos púlpitos del barroco dieciochesco. Junto a las columnas de las jambas del gran arco toral el artista cordobés Francisco Hurtado Izquierdo (1669-1725) —con otras obras en la catedral granadina— traza estos dos espacios sagrados destinados a la proclamación y predicación de la Palabra de Dios. En España es constante —desde los templos góticos— la presencia de los púlpitos adquiriendo mayor relevancia —estética y funcional— a partir del arte barroco. En los templos de construcción más reciente ha desaparecido prácticamente este elemento del mobiliario litúrgico.

PROYECTO DE 1713

En actas capitulares de 1711 y 1712 se refleja el interés e insistencia del cabildo en disponer de unos púlpitos de piedra y no de otra materia ni metal, acordes con la suntuosidad del edificio.
Tras dudas y vacilaciones, el 6 de abril de 1713 Hurtado Izquierdo firma el contrato; por él conocemos precio, tiempo, condiciones de ejecución, partes de la obra, tipos de mármoles, técnicas del labrado. Se puntualizan, además, diversas variaciones respecto al primitivo proyecto florentino; se encuentra, por ejemplo, la modificación de la planta original especificándose que se han de ejecutar tres [leones] para su mayor hermosura y concordancia.

También se concreta que los púlpitos se harán en un año que comenzaría contarse desde el primero de mayo de 1713 hasta fines de abril de 1714, teniendo que dejarlos sentados y en toda perfección, dándoles las entradas por las tribunas de el evangelio y epístola formando para su buen uso sobre la cornisa de los pedestales de dicha Sancta Yglesia.

MATERIALES EMPLEADOS

En relación con los materiales a emplear se puntualiza en el contrato que las esculturas serán de piedra blanca; las cartelas y adornos de follaje de piedra blanca de la llamada ripia de las canteras de Luque (Córdoba); de jaspe encarnado de la mejor color y variedad de las canteras de Cabra [Córdoba] para los embutidos; de mármol verde de lo que hay en esta ciudad para los fondos de las cartelas; igualmente la estructura será de jaspe negro igualmente de Luque. Los tornavoces han de ser de manera de pino de buena calidad; se dejarán en blanco para, posteriormente, ser dorados.

En relación con sus remates en el contrato se indica que se han de colocar dos figuras de relieve de bara de alto, la una que represente la Caridad y la otra la Esperanza.

Una curiosa perspectiva: las representaciones de la caridad y de la esperanza que coronan ambos púlpitos se completan con la representación de la fe que remata el tabernáculo eucarístico de la capilla mayor: las tres virtudes teologales como propuesta catequética.

CARACTERÍSTICAS Y ORNAMENTACIÓN

La traza claramente barroca de los púlpitos, por sus siluetas y proporciones elegantes y estilizadas, es muy diferente a la de los más recientes.

Las tribunas, de planta hexagonal, están adosadas, por uno de sus lados, al muro; se sitúan sobre pies o cuerpos de sostén resueltos como ricos y estilizados estípites de sección igualmente hexagonal.

En los pies, alternando en tres de sus lados tres ángeles niños con guirnaldas, desnudos, en parte policromados, esculpidos en redondo en piedra blanca y apoyados sobre el cuerpo central.
En la base se acoplan tres leones con las cabezas hacia afuera y terminados en formas híbridas, que completan y se entrelazan con las estructuras geométricas y decorativas del cuerpo principal.

Ambos tornavoces, rematados por las virtudes teologales de la caridad y de la esperanza, están realizados con profusos adornos de hojarascas y volutas con angelillos sedentes; su dorado —en 1725 y costeado por el arzobispo Perea y Porras (1720-1733)— ayuda a la concordancia estética con el dorado de la capilla mayor, el de los apóstoles e, incluso, con las monumentales cajas de los órganos.

PÚLPITO DEL LADO DE LA EPÍSTOLA: PROGRAMA ICONOGRÁFICO

Está conformado por la escultura de la esperanza rematando el tornavoz, la pintura del Espíritu santo en su interior y los cuatro medallones ovalados con correctos altorrelieves representando a tres de los cuatro grandes padres (falta san Gregorio Magno) de la Iglesia occidental —san Jerónimo (h 340-420), san Ambrosio (340-397) y san Agustín (354-430)— y a santo Tomás de Aquino (h 1225-1274), el doctor angélico. Desde este lugar elevado, a la vista de toda la comunidad, tenía lugar la proclamación de la palabra de Dios contenida en la Sagrada Escitura a excepción de los textos pertenecientes a los cuatro evangelios.

La virtud teologal de la esperanza

Está representada aquí como una mujer madura con la boca entreabierta y mirando hacia las alturas. Porta su símbolo propio: el ancla, emblema clásico de la estabilidad que, a partir del siglo II, se convierte en la imagen privilegiada de la esperanza en la iconografía cristiana. Esta virtud, junto a las otras dos teologales (fe, caridad) constituyen la urdimbre de la vida cristiana; son las tres virtudes que permanecen, siendo la caridad la mayor de las tres (1Cor 13,13). El término de la esperanza es la vida eterna, el cielo, cuya belleza y delicia compartidas con los santos y elegidos describe así fray Luis de Granada (1504-1588): Allí el lugar es ancho, hermoso, resplandeciente y seguro; la compañía muy buena y agradable; el tiempo, de una manera, no ya distinto en tarde y mañana, sino continuado con una simple eternidad. Allí habrá perpetuo verano, que con el frescor y aire del Espíritu Santo siempre florece…

El Espíritu Santo

La pintura del Espíritu Santo en la cátedra de la palabra —motivo común en ambos púlpitos— recuerda que él está presente en la Iglesia, esposa de Cristo: El Espíritu y la Novia dicen «¡Ven!». Y el que tenga sed que se acerque, y el que quiera reciba gratis agua de vida (Apoc 22,17). Espíritu e Iglesia claman al unísono: ¡Ven, Señor Jesús! (Apoc 22,20).

Cuatro doctores de la Iglesia occidental

El programa iconográfico de este púlpito se completa con la presencia de cuatro doctores de la Iglesia católica occidental: san Jerónimo (340-420), san Ambrosio (h. 340-397), san Agustín (354-430) —tres de los cuatro grandes padres occidentales— y el medieval santo Tomás de Aquino (1225-1274).

Estos cuatro santos aparecen, además, en la serie de padres y doctores de la capilla mayor (catorce lienzos tras los balconcillos) como excepcionales testigos y eslabones de la Tradición que, con la Escritura, son para la Iglesia católica las fuentes de la revelación divina.

San Jerónimo está presente en otros lugares del templo catedralicio; por ejemplo, como penitente en talla pétrea, atribuida a Diego de Pesquera (segunda mitad del XVI) en la puerta homónima y en el lienzo anónimo del altar-retablo de Jesús Nazareno; como escritor en el relieve en mármol blanco en la capilla de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza…

PÚLPITO DEL LADO DEL EVANGELIO: PROGRAMA ICONOGRÁFICO

Está formado por la escultura de la caridad rematando el tornavoz, la pintura del Espíritu santo en su interior y los cuatro medallones ovalados con correctos altorrelieves de los cuatro evangelistas.

La virtud teologal de la caridad

Suele representarse esta virtud acogiendo o amamantando a uno o más niños. En el templo catedralicio, además de la escultura que corona este púlpito sosteniendo con su brazo izquierdo a un niño, está el altorrelieve del segundo cuerpo de la portada de la antigua sala capitular —actual museo catedralicio— obra de Diego de Pesquera, donde la caridad está rodeada de cinco niños desnudos.

El Espíritu santo

La pintura del Espíritu santo en la cátedra de la palabra recuerda que es él quien acrecienta y fortifica la Iglesia: Por entonces las iglesias gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria pues se edificaban y progresaban en el temor del Señor y estaban llenas de la consolación del Espíritu santo (Act 9,31).

Los cuatro evangelistas

Concluye este breve programa iconográfico con la presencia de los cuatro evangelistas en la tribuna del púlpito desde donde solemnemente se proclamaba el evangelio. Los evangelistas hablaron y escribieron para convertir y edificar, para inculcar y esclarecer la fe, para avivar la esperanza, para fortalecer en la caridad. Y así lo hicieron apoyándose en testimonios verídicos garantizados por el Espíritu: enviado por el Padre (Jn 7,39; 16,7), conductor de los discípulos por los caminos de la verdad (Jn 8,32), su compañero (Jn 14,16-17.26):

…y yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado, que —para siempre— estará con vosotros: el Espíritu de Verdad, que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce. El Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará cuanto yo os he dicho.

El sugerente mensaje iconográfico de este par de muebles litúrgicos, hoy prácticamente en desuso, parece claro. Resumiéndolo: Quien ocupa un púlpito ha de harcerlo para servir la Palabra a la comunidad, siempre fiel al Espíritu dador de vida, siempre leal al mensaje evangélico y patrístico, siempre proclamando la gran propuesta: Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y en él moraremos (Jn14,22).